sábado, 11 de julio de 2009

¿Qué significa ser peruanos?


Por Glauco Seoane
Diplomático.
MSc in Latin American Studies Candidate, University of Oxford.

Al responder la pregunta de los amigos de LaRed, parece ineludible referirse al orgullo de ser peruano: normalmente, los peruanos nos reconocemos en la particular riqueza y diversidad de nuestro patrimonio cultural y natural, en nuestros valores y logros.

Pero muchas veces el orgullo acaba al pensar en nosotros, los peruanos. Pues los desencuentros que surgen al pretender reconocer e incluir a las diversas realidades nacionales en nuestras respectivas concepciones de país, difícilmente nos permiten afirmar que conformamos una comunidad digna de ese nombre; una en la que nos reconozcamos como ciudadanos iguales, concertados en torno a una comprehensiva idea de nación y a modelos de desarrollo válidos para todos.

Evidentemente, ser peruano no significa lo mismo para un criollo que para un aguaruna. Ni para una mayoría chola, urbana, moderna y emergente, cuyo acceso al pleno ejercicio de la ciudadanía es todavía desigual; ni para una primera minoría andina, indígena, rural y mayoritariamente pobre, cuya persistente exclusión y vulnerabilidad, similar a la de muchas comunidades amazónicas, y aun de pobladores urbanos, es naturalmente caldo de cultivo de recurrentes conflictos sociales. Son muchas las identidades nacionales y escasa la cohesión social.

Ser peruano significa precisamente pertenecer a un país diverso, pluriétnico y pluricultural, aun cuando mayoritariamente sea mestizo. Y cada vez más, significa también ser concientes de la insostenibilidad de las brechas que, naturalmente, condicionan entre nosotros distintas percepciones sobre el país y los modelos de desarrollo y gobernabilidad que éste debe adoptar. En ese sentido, en los últimos años, las migraciones, la descentralización y el crecimiento económico, entre otros factores, vendrían generando un proceso de cambios hacia una sociedad políticamente más igualitaria y – se espera – más inclusiva económicamente. Un proceso que, inevitablemente, produce conflictos.

Es de destacar al respecto, que las frecuentes movilizaciones sociales en el Perú, lejos de buscar la ruptura con el Estado – como fuera el caso del derrotado Sendero Luminoso – generalmente se originan en reclamos de reconocimiento, reivindicación y servicios públicos, planteados ante el sistema político y económico. Son, pues, expresión de un proceso de consolidación de la ciudadanía, que entiende que ser peruano significa tener derechos y, cada vez más, que el Estado debe cumplir una función de salvaguardia.

Lamentablemente, todavía las insuficiencias del sistema político, y las fracturas culturales y socioeconómicas subsistentes, en muchos casos impiden que las demandas sociales sean debidamente atendidas. Esto último puede llevar, de un lado, a radicalizar las protestas de poblaciones muchas veces en situaciones desesperadas, eventualmente en función a injerencias de terceros actores con intereses políticos subalternos; y, de otro, a reacciones conservadoras, temerosas del “desborde social” y partidarias de la mano dura. Ambos extremos son contrarios al espítitu democrático que, precisamente, debiera permitir resolver los conflictos y viabilizar el desarrollo nacional.

Frente a esta situación, se sostiene que “ser peruanos”, en plural, también significa, o debe significar, ser concientes de nuestros deberes ciudadanos; fundamentalmente, de la responsabilidad, compartida, de hacer viable la vida en común. Algo que, por lo pronto, debiera implicar, tanto para quienes priorizan el desarrollo social como para aquellos preocupados por el orden público, una mayor conciencia sobre la necesidad de extender el efectivo ejercicio de la ciudadanía y de no exacerbar las diferencias entre peruanos. Ambas aproximaciones a los conflictos son complementarias.

Al efecto, analizar y enfrentar las verdades de la propia historia, plagada de conflictos, es, además de enriquecedora prueba de valor, indispensable, pues las demandas sociales no van a desaparecer. Muchos peruanos prefieren no constatar que se vive una realidad basada en privilegios; pretenden simplificar la historia al punto de anhelar una refundación utópica; o, simplemente, buscan evadir las propias responsabilidades. Pero no hay refugio posible en visiones parciales, en la llamada agenda positiva, en la demagogia radical, o en la ignorancia y la impunidad; tarde o temprano, los problemas no resueltos reaparecerán o serán repetidos, y siempre se requerirá de institucionalidad para atenderlos.

Al respecto, en los últimos años, diversos debates públicos en torno a la memoria permitirían apreciar que una parte significativa y creciente de la ciudadanía, en particular las juventudes, no estaría dispuesta a soslayar la importancia de enfrentar el pasado para edificar el presente y el futuro común sobre bases sostenibles. Es éste un proceso histórico que, no obstante reacciones y tragedias recientes, somos optimistas, está transformando en los últimos años, para bien, nuestras concepciones sobre el país.

En los próximos años, este proceso deberá consolidarse y reflejarse en una mayor eficacia del sistema político, en términos de gobernabilidad democrática y desarrollo humano. Pues ser peruanos significa, hoy, cada vez más, comprender a cabalidad los problemas que afectan nuestras posibilidades para desarrollarnos como nación, y actuar en consecuencia, asumiendo nuestra plena condición de ciudadanos. Saber quiénes somos y quiénes queremos ser.

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